miércoles, 17 de octubre de 2012

DOMINGO RIVERO (A LOS POETAS CANARIOS II)

Domingo Rivero

Domingo Rivero Gonzalez nace en la localidad de Arucas (Gran Canaria) en 1852, trasladándose a vivir en 1864 a Las Palmas donde inicia los estudios de bachillerato en las aulas del colegio de S. Agustín.
Obtiene el Grado de bachiller y viaja entonces a Francia e Inglaterra. Hacia el año 1870 Domingo Rivero ya se encuentra en París, y tras una estancia muy breve en esa capital, se traslada a Londres, donde permanece hasta principios de 1873. Durante estos tres años en la capital del Reino Unido Domingo Rivero se forma intelectualmente y conoce a los clásicos anglosajones; traduce Shakespeare, y a los poetas Byron, Thomas Hardy y Rupert Brooke. Luego, el joven Domingo Rivero regresa a España para iniciar sus estudios de Derecho en Sevilla(1873-1879). Si bien, el último curso (1879-80) lo realiza en Madrid.
Regresa a Las Palmas en 1881, logra plaza de relator en la Audiciencia de la capital grancanaria, y más adelante desempeñará en la misma, el cargo de Secretario.
Domingo Rivero apenas publicaría una treintena de poemas en vida; sin embargo, su poesía no era desconocida entre "aquella promoción poetas grancanarios que inician la poesía moderna en la isla. "Don Domingo tenía entonces los 58 ó 60 años". Entre estos jóvenes poetas se encuentran Doreste Silva, Julián y Saulo Torón, Tomás Morales, Alonso Quesada y el poeta de Telde Fernando González.
Su obra es redescubierta a finales de los años 80 y es devuelta al lugar que le corresponde...Como uno de los grandes poetas del siglo XIX, principios del XX.
(Datos biográficos extraídos de varias publicaciones entre las que figura:

A MIS VERSOS DE Domingo Rivero
Versos de polvo cubiertos,
que hoy miráis enflaquecida,
con turbios ojos de muertos,
la mano con que os di vida.

Soy yo el que a muerte os condena;
tanto no os quise jamás:
tenéis muy honda la pena
para verla los demás.


No fue para vuestras frentes
el fulgor de la hermosura,
pálidos versos dolientes,
dulces como mi amargura.

Por siempre nuestra memoria
morirá en un mismo ocaso.
A quien no soñó en la gloria
no le entristece el fracaso.

En la tierra incomprensiva,
pobres hijos del dolor,
viviréis lo que yo viva:
no pidáis vida mayor.

¿Buscar en vano, volando,
un refugio contra el frío
en pechos ajenos, cuando
deje de latir el mío?

No será. Unió nuestra suerte
del dolor la excelsitud:
tendremos la misma muerte
y ¡ojalá! el mismo ataúd.


NOTA-Canción en el reproductor soundclick

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