jueves, 11 de julio de 2013

ANTONIO HERNÁNDEZ- ANDALUCÍA (POESÍA DE LA LUZ, 5)

 
Antonio Hernández Ramírez (1943) es un poeta, novelista y ensayista español natural de Arcos de la Frontera (Cádiz).
Comparte su residencia entre Madrid y Puerto Real.
Entre otros, ha recibido el Premio Adonais, el Miguel Hernández, el Vicente Aleixandre, el Tiflos y en 1980 fue reconocido con el Premio del Centenario del Círculo de Bellas Artes de Madrid, que recibió de manos del rey Juan Carlos I.[1] Ha recibido también el Premio Nacional de la Crítica (1994) y el Premio Andalucía de Novela. Algunos de sus libros de su vasta producción han sido traducidos a otros idiomas (árabe, italiano, francés, catalán, portugués, etc.). Es también un prolífico articulista de la prensa convencional. Su obra es objeto de estudio en diversas instituciones internacionales de prestigio, como la Universidad Athens de Estados Unidos. En 1999 el ayuntamiento de su localidad natal le otorgó el título de Hijo Predilecto.

ANDALUCÍA de Antonio Hernández

Me quedé en ella porque era hermosa
y necesitaba su alegría. Nunca
se puede ocultar al corazón
lo que han visto los ojos. Nunca
la alegría del canto. (Repetidamente)
fui viviendo en sus cosas y aprendí…

por los ríos, el amor; por un pájaro,
el desvelo de la paz; por las nubes ligeras,
la forma de evitarme algún recuerdo.

Todo estaba limpio por sus tierras
Hasta los pobres, en vez de dolor,
de una seguridad insuficiente hablaban.
Hasta los jornaleros, en vez de justicia,
resignación decían. Era un modo
de ahuyentar la tristeza. Se conformaban
con lo que les venía desde arriba,
y con un cante que nació en las raíces
de su pena y fue extendiéndose a las ramas
del mundo, como al amanecer la luz.

Cada día iba aprendiendo más: que el vivir
no es un ave que pasa, sino un pozo
que queda allí para el que necesite beber,
que el que lleva una tierra clavada en las entrañas
vale más que haber posado un continente entero,
que morir por los brazos de una madre
es la gran solución para santificarse.

Andalucía era limpia, y por eso
al renacer en ella, al darme cuenta
que no solo de fiestas se trataba
defendí su ilusión de más de mil dolores,
apoyé a la alegría cunado enmascaraba tristeza
robé a todo lo hermoso cuanto pudo mi amor.

No. No era un vino o una guitarra la escena.
Era lo que quedaba dentro de cada uno oculto,
la alegría, quizá, le costaba la sangre
a aquellas tierras de secanos cuando
un campesino alzaba como un Dios
su ronquido total, su enorme queja,
su gran desolación vestida de colores.
Nota-Podéis oír la canción en el reproductor soundclick, arriba.

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