Antonio Hernández Ramírez (1943) es
un poeta, novelista y ensayista español natural de Arcos de la
Frontera (Cádiz).
Comparte su residencia entre Madrid y
Puerto Real.
Entre otros,
ha recibido el Premio Adonais, el Miguel Hernández, el Vicente
Aleixandre, el Tiflos y en 1980 fue reconocido con el Premio del
Centenario del Círculo de Bellas Artes de Madrid, que recibió de
manos del rey Juan Carlos I.[1] Ha recibido también el Premio
Nacional de la Crítica (1994) y el Premio Andalucía de Novela.
Algunos de sus libros de su vasta producción han sido traducidos a
otros idiomas (árabe, italiano, francés, catalán, portugués,
etc.). Es también un prolífico articulista de la prensa
convencional. Su obra es objeto de estudio en diversas instituciones
internacionales de prestigio, como la Universidad Athens de Estados
Unidos. En 1999 el ayuntamiento de su localidad natal le otorgó el
título de Hijo Predilecto.
ANDALUCÍA de Antonio
Hernández
Me quedé en ella porque era hermosa
y necesitaba su alegría. Nunca
se puede ocultar al corazón
lo que han visto los ojos. Nunca
la alegría del canto. (Repetidamente)
fui viviendo en sus cosas y aprendí…
por los ríos, el amor; por un pájaro,
el desvelo de la paz; por las nubes
ligeras,
la forma de evitarme algún recuerdo.
Todo estaba limpio por sus tierras
Hasta los pobres, en vez de dolor,
de una seguridad insuficiente hablaban.
Hasta los jornaleros, en vez de
justicia,
resignación decían. Era un modo
de ahuyentar la tristeza. Se
conformaban
con lo que les venía desde arriba,
y con un cante que nació en las raíces
de su pena y fue extendiéndose a las
ramas
del mundo, como al amanecer la luz.
Cada día iba aprendiendo más: que el
vivir
no es un ave que pasa, sino un pozo
que queda allí para el que necesite
beber,
que el que lleva una tierra clavada en
las entrañas
vale más que haber posado un
continente entero,
que morir por los brazos de una madre
es la gran solución para santificarse.
Andalucía era limpia, y por eso
al renacer en ella, al darme cuenta
que no solo de fiestas se trataba
defendí su ilusión de más de mil
dolores,
apoyé a la alegría cunado enmascaraba
tristeza
robé a todo lo hermoso cuanto pudo mi
amor.
No. No era un vino o una guitarra la
escena.
Era lo que quedaba dentro de cada uno
oculto,
la alegría, quizá, le costaba la
sangre
a aquellas tierras de secanos cuando
un campesino alzaba como un Dios
su ronquido total, su enorme queja,
su gran desolación vestida de colores.
Nota-Podéis oír la canción en el
reproductor soundclick, arriba.
Andalucía debe estar encantada con este poema.
ResponderEliminarSaludos.